domingo, 5 de octubre de 2008

Universitas. Un saber sin fronteras

Ante la mirada aturdida de un recién llegado a la universidad se presenta una realidad múltiple y diversificada: pluralidad de saberes, de personas, de lugares, de ideas y de creencias. Pronto, entre las adquisiones más primarias del universitario novel se encuentra la ampliación de sus horizontes. Y es que, como bien nos indica su nombre, en el núcleo más genuino de la vida universitaria se encuentra su ser “universal”.

Como afirma el Papa Benedicto XVI en su discurso preparado para los universitarios de La Sapienza, este panorama plural de la universidad encuentra su armonía y su razón de ser en la inquietud que experimenta el ser humano por alcanzar la verdad : “creo que se puede decir que el verdadero e íntimo origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad.” [1]

Pero la universidad no es un espacio únicamente dedicado al conocimiento, teórico o práctico, sino que también incluye toda una dimensión vital, que afecta a toda la persona y sus relaciones con los demás: “La verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, habló de una reciprocidad entre scientia y tristitia: el simple saber —dice— produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien”[2]. Por eso, la búsqueda de la verdad se identifica también con la búsqueda del bien, personal y social, de manera activa.

La Universidad es, o debería ser, una institución autónoma, vinculada exclusivamente a la autoridad de la verdad. Esta libertad le permite escuchar todas la voces, dialogar con los diversos actores, comprometerse en la defensa de la dignidad de la persona y la justicia social. La autonomía no la aísla del mundo que la rodea, al contrario, la capacita para ser guía y norte al servicio de la sociedad. Si abandonase este exigente enclave, faro de observación y plataforma de servicio, perdería lo que tiene de más específico e insustituible.
En muchas ocasiones vemos cómo la universidad queda supeditada al mercado laboral, dedicándose a la preparación técnica de trabajadores. De este modo, su objetivo deja de ser el de formar personas íntegras y preparadas para vivir y servir a la sociedad en la que se encuentran inmersas. Como resultado de este modo de plantear la universidad, se minusvaloran los saberes humanísticos.

Por otro lado, tras la caída de las grandes ideologías de la época contemporánea, y como consecuencia del vacío religioso, en algunos ambientes académicos predominan actitudes tales como el escepticismo, el indeferentismo o el relativismo, que acaban por traducirse en un individualismo pragmático, con la consiguiente falta de ideales, ausencia de diálogo y de debate, etc. Muchas veces este ambiente hace que los alumnos universitarios que se incorporan adopten una actitud de “estar de paso” por la universidad, como un trámite para insertarse en el ámbito profesional, sin darse cuenta del alcance y el papel que estos años pueden jugar en sus vidas.
En definitiva, se puede aplicar a la Universidad la misma tarea que el Papa se asigna como obispo de Roma respecto a la institución universitaria: “la misión de mantener despierta la sensibilidad por la verdad; invitar una y otra vez a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrir las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y a percibir así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro”[3].

Después de esta panorámica general, conviene que el enfoque del tema del UNIV 2009 se centre sobre todo en las personas que integran la universidad y, especialmente, en el papel de los universitarios. Por ello señalaremos una serie de cuestiones que, entre otras, podrían ser objeto de reflexión y de trabajo:

1. Confianza en la razón:
Ser universitario significa confiar en las posibilidades de la razón de buscar y encontrar la verdad, y no conformarse con adoptar posturas “consensuadas” cuando están basadas en una idea relativista de la realidad. Por otro lado, no podemos reducir la formación universitaria al aprendizaje de una profesión determinada, sino que debería preparar personas de cultura y criterio, con la suficiente capacidad para afrontar las diferentes situaciones que se presentan tanto en el ámbito laboral como en su entorno social. En resumen, prepararse para ser personas íntegras.

2. Formación integral:
Debemos tener conciencia de que gran parte de las carreras universitarias, si no todas, por la excesiva especialización, dejan lagunas en la formación. Estas deficiencias se podrían cubrir con un plan serio de lecturas y actividades extra-académicas. Nos preguntamos: ¿somos capaces de detectar cuáles son esas carencias? Sería interesante plantearse ideas o proyectos para mejorar y aprender a compatibilizar los estudios universitarios con otras actividades, en torno a un proyecto de crecimiento personal.

3. El descanso de un universitario:
Para un universitario que busca fomentar estas grandes posibilidades de su razón, el descanso y el esparcimiento constituyen un cambio de actividad, y no un paréntesis en el uso del propio intelecto y en el desarrollo de su proyecto de vida. El objetivo es concebir las actividades de fin de semana, las vacaciones, los viajes, etc. como una ocasión más de enriquecimiento personal. El descanso no implica anular la razón; son tiempos en los que podemos también crecer en virtudes y hábitos intelectuales.

4. Tono humano:
El vasto campo de la cultura entendida como cultivo de todo lo humano incluye también la cortesía, los buenos modales, la politesse como reflejo de una personalidad fina y, a la vez, natural. ¿Cómo podemos promover a nuestro alrededor una mayor delicadeza en el trato mutuo entre los compañeros de profesión y de universidad? También podríamos detectar los pequeños vicios o manías en la convivencia diaria que por ósmosis se nos contagian, en un ambiente que, en muchas ocasiones, es poco delicado, excesivamente competitivo y egoísta e incluso tosco. En este punto sería interesante ver cómo se puede revalorizar la dignidad de la mujer, en concreto, haciendo hincapié en su capacidad de cuidar los detalles que hacen los ambientes más humanos, también el ambiente académico.

5. Cultivo de la amistad y el diálogo:
La amistad juega un papel clave en la universidad. La soledad es contraria al espíritu universitario, y el conocimiento a secas tampoco da sentido a nuestra existencia. El saber, la razón, tiene como función facilitar el camino para llegar a la vida plena, que radica en el amor: amar y ser amado. Por esto la amistad es un medio privilegiado para que el universitario aprenda a desarrollar su vocación más íntima, sin tener que relegarla a los ámbitos extra-universitarios. Debemos reflexionar sobre el papel de la verdadera amistad en el ámbito académico, que evita una mal entendida competitividad y contribuye a la construcción de una sociedad solidaria. Por otro lado, también es necesario recuperar el valor del diálogo que se debe ejercer en todos los niveles: entre disciplinas, culturas, religiones, etc. Éste implica adoptar una actitud de apertura, sin renunciar a lo propio, y también aprender de la vida de otras personas que, en el presente o en el pasado, encarnaron el espíritu universitario y fueron capaces de trasmitirlo.

6. Importancia de las virtudes:
Los grandes horizontes en la adquisición de cultura exigen esfuerzo, aprovechamiento del tiempo, continuidad, disciplina y estudio. No caben los paréntesis, ni la superficialidad. De este modo, entrevemos la importancia de las virtudes como el modo de alcanzar una vida más plena y no como una disciplina asfixiante para conseguir unas metas de eficacia, obtener buenas calificaciones en los exámenes, etc. La revalorización del esfuerzo y del afán de superación no es otra cosa que aprender a servir desde la profesión y capacitarse para afrontar la vida.

7. Fe y razón:
Por último, resulta primordial que recuperemos el lugar que le corresponde a la fe en el conjunto de los saberes. En este sentido, Benedicto XVI dice que la fe cristiana es “una fuerza purificadora para la razón, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses”[4].

[1] BENEDICTO XVI, “Discurso preparado para el encuentro con la Universidad de Roma La Sapienza”, Roma, 2008
[2] Ibidem.
[3] Ibidem
[4] Ibidem